Categorías

A veces una imagen vale más que mil palabras: entrevista a Federico Falco

Federico Falco vive en un pueblo pequeño cerca de Córdoba capital, nos conectamos un miércoles a las 14 h, los dos con puntualidad…

Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación, realizó un Master en Escritura Creativa en Español en la Universidad de Nueva York. Su última novela, Los llanos, resultó finalista de la 38a edición del Premio Herralde de Novela.
Algunos de sus libros destacados son Cielos de Córdoba, 222 patitos, La hora de los monos, entre otros.

Hola, Fede ¿cómo viene tu día? 

Bien, muy bien, se suspendieron unas actividades que tenía programadas así que pude ir a hacer unas compras a la feria de productores, ¿y vos? ¿cómo estás?

Bien, muy bien.

Por mi cabeza pasaban mil imágenes: todas las que me había provocado al leer su libro: el invierno desolador, las manos en la tierra, la soledad, los libros, las pérdidas, muchas más, pero para manejar ese código visual solamente levanté el libro Los llanos para que él lo vea a través de la pantalla y no hizo falta explicar más. A veces una imagen vale más que mil palabras. 

¿Empezamos? 

Sí, dale…

¿Qué película viste y pensaste “cómo no escribí ese libro”

En general todas las cosas que veo que me gustan mucho, que me interesan o me generan curiosidad, me dan ganas de escribir. Me suele pasar ver algo y decir “¡uy, qué interesante lo que hace con este personaje, quiero escribir un personaje así”. O por lo menos usarlo como incentivo, como disparador, porque, por otro lado, sé que cuando lo llevás al papel y lo empezás a trabajar, también empezás a sumar cosas de gente que conocés, o de personajes de otros libros, o de algo que escuchás. Es parte del proceso de escritura, en esto de digerir, mezclar, procesar, se genera algo nuevo que tiene que ver con lo que le pasa a uno.

Fotografía de Federico Falco

Todo eso explica tu notoria influencia de la fotografía y las artes visuales en el desarrollo de tu obra literaria. 

Para mí es muy difícil de calibrar cuánto me influencian las artes visuales porque parte de mi formación tiene que ver con el arte audiovisual. Mi forma de percibir el mundo pasa por imágenes. De hecho, yo creo que instintivamente soy alguien mucho más visual, hay cosas que entiendo de manera mucho más rápida por imágenes, de manera instintiva y después poner esas imágenes en palabras me lleva un cierto esfuerzo, un cierto grado de desafío. 

¿Tuviste que ver con la elección de la foto de la portada de Los llanos?

Sí, los editores me preguntaron si tenía alguna sugerencia. Fue todo muy rápido, el mismo día que me avisaron que Los llanos era ganadora del premio Herralde de Novela, se comunicaron y, entre otras cosas, me consultaron sobre la portada, y me vino esa imagen a mi cabeza.

Fotografía de Federico Falco / Portada de Los llanos

¿Por qué esa imagen y no otra? ¿Qué representa la pelopincho en la llanura en ese imaginario literario?

Esa imagen tuvo mucho que ver a la hora de escribir la novela. Cuando me perdía en la escritura, volvía a esa imagen como referencia, y ahí el tono y el ritmo volvían “¿a ver? es por acá… ¡es esto!”. ¿Viste cuando los músicos buscan afinar el instrumento con determinadas notas musicales?, para mi ese afinar era esta imagen. Después, se la propuse a los editores, gustó, quedó, y se materializó.

Es que tu libro es muy fotográfico, hacés descripciones muy finas de algunas secuencias. Se me viene a la cabeza el cierre de un capítulo “telas de araña en la araucaria llenas de gotas de rocío”. Todo el libro es muy visual.

Es que en parte esta novela también surge de plantearme ese desafío, de estas fotos. La imagen es más rápida que mi cerebro, hay algo del impacto visual que funciona a una velocidad mucho más rápida. 

Fotografía de Federico Falco

Pero había que transformar todo eso en palabras… 

Un poco el desafío era ver cómo ralentizar esa percepción de las imágenes. Todo el tiempo me preguntaba cómo lo pongo en palabras, cómo comunico lo que estoy percibiendo tan rápido. Cuando uno logra poner esas imágenes en palabras lo vuelve comunicable y comunitario. Las cosas que quedan por fuera de las palabras son cosas que percibimos pero se quedan en un lugar demasiado íntimo, tan íntimo que a veces no llegamos a valorarlas del todo. 

Eso ocurre con las artes visuales.

Las artes visuales, en parte, tienen que ver con un golpe de vista, con un impacto de primer momento. En una micronésima de segundo, ves un cuadro, una escultura, una pintura y te llama la atención, es algo corporal que te atraviesa, es un instante. Después te detenés en eso, te acercás, te alejás, lo ves por sectores, pero el primer golpe es muy rápido. En cambio, con una obra literaria nada de eso sucede. No está esa inmediatez, es todo más lento, secuencial. Escribo una palabra, después otra, la imagen se empieza a armar como mínimo después de un párrafo, y la imagen total, si uno pudiera comparar, se arma recién al final. 

Fotografía de Federico Falco

Como si fuera otro tiempo.

Es otro ritmo diferente y otra forma de posicionarse respecto de la obra. Estas diferencias me interesan porque son terreno fecundo para la escritura. Tratar de poner estas impresiones visuales en esta novela, por ejemplo la naturaleza, tratar de secuenciarlas, y ponerle palabras fue parte del impulso inicial para sentarme a escribir. 

Siguiendo con Los llanos, ¿Qué hay de ese paisaje que te ayudó a contar esta historia? ¿Cómo se vincula con esta forma de escribir llana, clara, profunda, con esa analogía “de un espacio donde podía leerme”?

Habría dos formas de responder esta pregunta. Por un lado esta novela no surgió de un plan demasiado claro. Surgió de un tratar de relacionarme con la escritura de otra manera y a su vez, con una obsesión con un paisaje. Hay algo de esa forma de escritura que surgió de una manera bastante intuitiva, no hay demasiado preconcepto de trazo, intención, fue como un tratar de escribir una cierta quietud, por momentos un cierto estancamiento, un determinado paisaje, que es el paisaje de la llanura. Después, en algún momento, la empecé a pensar como una novela, como un texto más largo. Ahí sí apareció algo más intencional. Tuvo que ver con una situación de montaje, de hacer coincidir todos esos textos y editarlos, de montarlos, ver qué pasaba cuando se superponían unos con otros, ver la continuidad. Ahí apareció la idea más fuerte, por un lado de este personaje en una situación de cierta planicie o estancamiento y por otro, de tratar de evitar las disrupciones en ese montaje del texto. Que fuera fluido, que no hubiera interrupciones, imaginándome como una línea sin demasiados picos. Una idea del paso del tiempo donde no pasa nada. 

El llano… 

Las novelas generalmente se piensan desde la tensión, de atrapar al lector desde los conflictos. Yo pensaba cómo generar un marco narrativo pero que no tuviera picos de tensión y que copiara lo más posible la línea del horizonte, lo más plano posible, como la llanura, desde el lenguaje, desde la estructura.

Fotografía de Federico Falco

¡Y lo lograste!

Gracias, (risas), ¡muchas gracias! 

El escritor habla de un duelo y para terminar de cerrar esa historia decide en soledad ir al llano, y comienza a planificar una huerta, donde ese nacimiento de su cultivo es incontrolable. Ese morir y renacer también, que tiene que ver en parte, con su experiencia de ese duelo. ¿Cómo influye descubrir ese vínculo con el territorio, en tu proceso de escritura? ¿Cambió tu relación con la escritura a partir de Los llanos?

Es algo que empezó antes, que tiene que ver con esto del control, sobre todo cuando estaba escribiendo mi libro anterior Un cementerio perfecto. Sentí que había algo en mí, en mi propia relación con la escritura, que había dejado de funcionar o que no estaba funcionando tan bien como antes. Había algo de esas ganas y ese deseo que había empezado a ser un poco más turbio. Hice una mini crisis, y me dí cuenta que tenía que encontrar otra manera de escribir. Escribir cuentos implica ciertos elementos de equilibrio o armonía en la estructura, que te obligan a que la escritura sea muy controlada. Entonces hubo un momento de cambiar la estrategia de escritura y decidí escribir de otro modo. Quería poner en palabras mis sensaciones visuales, táctiles, olfativas, tomar nota, ir bocetando cosas para calentar la mano, cosas que tal vez no iba a usar. 

Fotografía de Federico Falco

¿Ahí surge el mundo vegetal como parte de ese descontrol/control, vinculado a ese duelo? 

Hay un diálogo con el mundo vegetal, diferentes aproximaciones al mundo vegetal, diferentes situaciones de competencia entre otras especies, diferentes formas de convivir con ese mundo, otra formas de convivir con el paisaje y con el hábitat. Y la idea del duelo estaba en mí por una serie de pérdidas recientes. Me parecía interesante la idea del duelo como lo imposible de controlar, donde va y viene eso de estar ansioso, donde no hay conflicto; el conflicto ya sucedió y está fuera del marco de la obra. Lo que estamos viendo son reverberaciones un poco impredecibles. Nunca sabés qué va a traer de nuevo la zona del duelo, y a veces no hay disparadores, es una zona fantasmática. Yo me preguntaba ¿Cómo se escribe esto?, incluso tal vez, ¿Cómo se controla esto? 

El libro presenta varias citas de otros escritores, en esa soledad aparecen los libros como compañía, no sólo surge el escritor, sino también el lector, ¿cómo dialoga el escritor con el lector (personaje)?  

Las citas aparecieron bastante tarde en el proceso de armado de la novela y tuvo que ver con la sensación de que yo como autor estaba obligando a ese personaje a enfrentar una soledad con la que yo no hubiera podido lidiar, una soledad demasiado extrema y agobiante. Incluso cuando leía el texto y lo releía pensaba “¡esta soledad es demasiado extrema! no se puede” y, pensando en eso como un problema a resolver en el texto, me llevó a pensar cómo lidio yo con mi propia soledad. Para mí la lectura es fundamental, es una gran compañía y entretenimiento. Es una forma de evadirme de mi propio run run mental, y una forma de dialogar con otros, un diálogo diferido en el tiempo, un diálogo que no tiene posibilidad de ida y vuelta, pero es una forma de dialogar y encontrarse con otra voz. Quizás con alguien que vivió hace doscientos años y a 2.000 km de distancia. En este sentido, para mí la lectura es una parte fundamental de mi cotidianidad, como un diálogo, una compañía. 

Un gran desafío construir ese personaje…

El desafío con este personaje era cómo sostenerlo en esa soledad y también a nivel narrativo. Cuando no hay diálogo con otros es más difícil, cuando aparece otro personaje es más fácil porque el personaje “habla”, pasan cosas, dicen cosas, hay intenciones. Pero cuando no hay otros personajes ¿qué pasa?, y entonces, ahí surge la idea de que él mudara su biblioteca al campo y que de alguna manera esos libros estuvieran disponibles para leer y releer y que algunos fueran formas de sacarlo de su propio enredo mental, que lo llevaran a pensar temas nuevos, una inquietud nueva, a ver otras maneras del mundo. La lectura en la soledad aparece como un diálogo con el otro. 

¿Un escritor tiene que ser un buen lector? 

No sé qué es un buen lector, cada lector se apropia del texto como quiere, como puede, a través del tamiz de la propia historia, de su propio recorrido. Sí creo que si uno tiene intenciones de escribir de alguna manera tiene que resignar una especie de inocencia a la hora de leer, la inocencia que tiene un lector que no tiene intenciones de escribir. 

¿Cómo pensás entonces esa relación lector/escritor? 

A mí me gusta pensarlo con los magos y los trucos de magia. Podés ir a ver al mago y fascinarte y disfrutarlo y te quedás con esa ilusión e irte con eso. En cambio, si querés ser mago vas a estar atento, tu mirada va a estar pendiente de ver cómo lo hizo. Estás resignando una parte del disfrute, más inocente, pero estás encontrando otra fuente de placer que son los mecanismos ocultos. Si uno quiere escribir, tiene que aprender a leer con lápiz en mano, marcando, es como obligarse a releer. Sí creo que a la hora de escribir es importante, al menos para mí, leer aprendiendo o tomar la lectura como fuente de aprendizaje para la propia escritura. 

¿A qué lector le hablabas cuando escribías Los llanos?

¡Qué pregunta! (risas) ¡¡es muy difícil!! No podía imaginarme un lector, de hecho, parte de lo más difícil de escribir esta novela fue todo el tiempo pensar a quién le podía interesar lo que estaba escribiendo o cómo escribir un duelo sin conflicto, cuestiones que a mí me interesaban, me entretenían y me generaban deseo de escritura, pero tenía mis serias dudas de que le pudieran interesar a alguien más.  Le daba el texto a mis amigos, personas en las cuales confío plenamente, y me hacían devoluciones del texto que yo no me terminaba de creer, porque no terminaba de ver un lector posible. Fue una gran sorpresa todo lo que ocurrió después y una gran alegría, pero en el momento de escribirla era algo muy difícil de ver.

Imaginate que lloré mucho con tu libro…

Perdón. 

Risas cómplices…

Lic. en Comunicación Social. En IUPA, prensa y comunicación. Soy lectora compulsiva y vivo apurando el reloj.

Si querés estar al día, suscribite a Árida y recibí las novedades por mail