Una de la mañana me escribe mi psicólogo por privado de Instagram. No era tan raro salvo por la hora. Nos tenemos en redes, no sé si por alguna investigación profesional o solo porque le gustan mis fotos.
-¿Qué hacés Nano? Che, sé que tu hermano está en las sierras. ¿Por qué no te vas para allá? Vas a estar más tranqui. Más tranqui no me dejó el mensaje, todo lo contrario. Llevaba guardado cinco días en casa, en una especie de cuarentena voluntaria. A la par me escribía mi hermano para que vaya. Están hablando entre ellos pensé, esto se puso jodido.
Dormí como pude y subí lo más importante al auto, como si escapara de un incendio.
Mochila de foto, guitarra, ropa preferida, porro, borceguíes y campera de invierno, todavía era verano. Y el incendio iba lento. “Quizás nos tengamos que quedar varios meses” dijo mi hermano. Según anticipaba el diario, el presidente lo explicaría a media mañana, serían diez días como mucho.
Mandé un audio al grupo del trabajo, llené el tanque y pisé el acelerador. En twitter advertían que podrían llegar a cerrar las rutas. Adentro en serio.
Ese finde no fuimos a Santiago Motorizado ni nos tiramos en el río a juntar latas vacías de birra. Aún le lloro a ese finde.
“Las sierras” era La Cumbre, dos horas por el cuadrado. No sé qué iba pensando, pero iba asustado. En el colegio no me enseñaron qué hacer cuando alguien se desmaya, menos voy a saber cómo actuar ante una pandemia mundial. Solo quería llegar a destino. Para lo siguiente no tengo palabras, y se me hace un nudo en la garganta al escribirlo y releerlo, que ni sé cómo seguir.
Se me cruzó un perro en la ruta y a pesar de esquivarlo le pegó de lleno y lo arrastró hasta que el auto se detiene. Solo, en la ruta, escapando. Fue el momento más largo de toda la cuarentena. Me quedé un rato largo parado al costado de la ruta, él parecía muerto, pero de pronto abre los ojos y no deja de mirarme. Nunca deja de mirarme, triste, sabiendo que se va. Aparecen más perros que parecen ser sus amigos. Se paran al lado y lloran, luego me miran. Pido disculpas. Dejen de mirarme.
La grúa que llamé dice que no puedo viajar con él por protocolo y que va a dejar el auto en la puerta del pueblo porque hay barricadas que no lo van a dejar pasar.
Tengo 28 años y todavía me sentía un niño. Acabo de recibir un palo en la jeta que me hizo adulto.
12.40 estamos haciendo las últimas compras en el pueblo. Sin saberlo empiezo a vivir con mi viejo y mi hermano. Lisoform, ayudín, queso, puré de tomate, polenta, vino por seis, gin dos litros, salchichas.
Me escapé de la ciudad por miedo a lo desconocido y terminé encerrado con mi viejo y mi hermano.