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Hacerse la rata

No sé cómo se llama a esto en la actualidad, pero hace muchos años así le llamábamos a fingir que íbamos al colegio y antes de llegar a la puerta no entrábamos y nos íbamos la plaza a divertir, a jugar a la pelota o simplemente a no hacer nada, que también era divertido. En uno de esos actos vandálicos de la adolescencia un compañero me dijo que vayamos a su casa porque sus padres no estaban e iba a ensayar con unos amigos. Yo no sabía de qué se trataba un ensayo musical, pero estaba seguro de que iba a estar bueno.

¡Podés escuchar la nota acá!

Abrió la puerta del garaje y arriba de una tarima había un gran bulto tapado con una especie de frazada: ahí estaba ella, la batería. Se sentó, marcó tres, cuatro y la música empezó a sonar. Ahí comenzó todo para mí: me enamoré perdidamente de aquella situación y de ese aparato extraño con muchas partes, de su sonido, de la música que fluía desde el interior de ese templo mágico.

Pasaron muchos años hasta que finalmente pude tener mi propia batería. Toqué mil canciones de rock y más tarde, cualquier estilo que se me pusiera en frente. Yo quería tocar y nada más. 

Un día se abre la Licenciatura de Música Popular en el IUPA y allí comienza una nueva etapa. Me anoté para estudiar composición, armonía y arreglos. Otra vez la fascinación. A partir de ahí, se despertó en mí un apasionado interés por hacer mi propia música, algo que nunca antes me había animado.  

Así, armé algunas canciones y con un puñado de ellas, decidí grabar. Pensé que iba a ser fácil todo el proceso pero me costó muchísimo afrontar ese desafío. Hubo muchas trabas para encontrar compañeros músicos, espacios para ensayar, horarios, organización, también se presentaron cuestiones económicas, y una pandemia en el medio, entre otras muchísimas dificultades. 

Desde siempre me sentí un tipo con mucha actitud, sobre todo ante las adversidades, y también desde siempre supe que la poca paciencia siempre fue una debilidad mía. Un día, escuché una charla Tedx de Víctor Kupers y recordé que hablaba sobre cuánto vale uno como persona; y la respuesta era su ecuación que rezaba, tu valor es C + H x A = Persona. La C es de conocimiento, la H de habilidad y la A de actitud. La actitud es lo que diferencia a los cracks de los chamulleros. Lo más importante de la fórmula es la A, porque la C suma, la H suma, pero la A multiplica. A nuestras relaciones más importantes las elegimos por la actitud, a nuestros amigos también, no los elegimos por su currículum. La A multiplica porque la actitud positiva lleva dentro dos gérmenes muy importantes: el agradecimiento, y la ilusión. Agradecer por las pequeñas cosas de la vida, por ejemplo por cómo Leo Messi te maravilla con un gol de otro planeta en la selección, por tomarte una cerveza fresca, o por subir a una montaña, que es casi gratis. Cuando estás ilusionado, la motivación hace que te despiertes antes de que suene la alarma para levantarte a hacer aquello que tanto deseas. Y hasta te puede quitar el sueño. 

Recordé todo esto y me dí cuenta de que yo sabía muy bien sobre mi actitud, y estaba muy consciente de mis ilusiones. Así que, a pesar de las mil trabas y de mucho tiempo transcurrido en el medio, pude darme cuenta de que en la vida a lo más importante hay que darle la prioridad que merece. Logré grabar algunas de mis canciones, rodeado de músicos amigos que aportaron con su talento y corazón. En ese momento, miré atrás y ya no había adversidades en mi camino, solo estaba delante de un hermoso objetivo por cumplir: tocar lo que habíamos ensayado, que la música fluyera. Fue un momento muy feliz para mí, porque trabajé para ello y decidí que así fuera. 

Nació en Gral. Roca (R.N.). Músico, docente y estudiante en IUPA. Maestro Mayor de Obras.

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