Conocí a Juli por Naty, una amiga en común muy especial, y la primera obra que vi de ella fue “Destierro del Mar” y la verdad, flipé. Ahí, Juli nos ofrece su cuerpo para hablar del intermedio entre dos mundos: su lugar de origen y el lugar donde elige estar hoy. En ese intermedio está la virtud creadora. En ese intermedio ocurre la magia Anaut. En ese intermedio está el arte más puro y genuino. Ese arte del corazón, que nos hace lagrimear juntas en un encuentro virtual, rememorando la Patagonia y sus efectos colaterales.
Julieta Anaut
http://www.julietaanaut.com.ar
Nace en 1983, en Río Negro, Argentina. Artista visual egresada de Artes Visuales del IUPA y recientemente, Master en Lenguajes Artísticos Combinados en la UNA. A través de la fotografía manipulada digitalmente, el fotomontaje y el video, en sus obras incursiona temas como el cuerpo, las mujeres, escenas rituales y el vínculo con los entornos naturales y construidos. Estos proyectos incluyen la puesta en escena, el trabajo con el cuerpo, el cruce de lenguajes, entre otras herramientas abordadas desde las técnicas digitales.
¿Quién es Juli?
Soy una artista sumergida en la intimidad, marcada por el no pertenecer y grabada por la imagen del valle y el desierto. Llevo los paisajes y los cuerpos de otras mujeres dentro de mi cuerpo, para darles surgimiento a través de un río, en nuevos mundos imaginarios de plantas, serpientes, jarrones y adornos frágiles.
¿Cómo te encontró el 2020 con su cuarentena?
Mi vida no cambió tanto con la cuarentena porque yo suelo trabajar en casa. Suelo trabajar mucho con lo que me rodea, con mis cosas personales. No voy a negar que me sentí muy rara por no poder viajar. La verdad es que utilizo mucho el viaje para mi trabajo, porque voy recolectando paisajes, objetos, fotografías; todas esas cosas que en este momento echo mucho de menos. Estar varada en Buenos Aires es raro, tengo esa necesidad extrema de querer salir y transitar esos lugares. Por otro lado, tengo mucho material de archivo propio recopilado, así que este también fue un momento de volver a mirar mucho y de revisitar un montón de viajes y estadías en otros lugares.
Teniendo en cuenta esa añoranza de paisaje y naturaleza, aspectos tan presentes en tu obra, ¿pensás que se resignificó tu idea de los lugares, entre tanto encierro?
Siento que el fotomontaje, que es uno de los lenguajes que más utilizo, cobra más sentido que nunca en este contexto. Se resignifica porque al no poder estar en esos lugares que quiero, los creo desde ese imaginario que me permite la técnica. Por ejemplo, hice un retrato con mi hija caminando en el medio del desierto, que es una situación que me gustaría vivir, pero que todavía no viví nunca. Por suerte, la puedo generar a través de esa composición.
Digamos que el fotomontaje es un gran salvavidas.
Sí, con el fotomontaje puedo concretar eso que imagino y no puedo vivenciar directamente.
¿Cómo fue que llegaste al arte digital?
Al intentar reinterpretar y encarnar escenas rituales a partir de experimentar con la puesta en escena, la ficcionalización, la incorporación de elementos performáticos, incluyendo diferentes intereses expresivos, como el trabajo con el cuerpo, los materiales, objetos, vestuarios, escenografías, dibujos o sonidos, fue que me sentí atraída por las posibilidades de las técnicas digitales, como el video o la fotografía y su postproducción, que me permiten unir todos esos elementos que me interesan y que finalmente componen la obra.
¿Y respecto al cruce de lenguajes?
Desde mi primera formación en pintura y grabado desarrollada en el IUPA, sumado al posterior trabajo en fotografía, cine y video que comencé a realizar en Buenos Aires desde el 2007, mi producción fue incorporando diferentes formaciones, nuevos conocimientos y exploraciones sensibles. De a poco mi trabajo comenzó a orientarse hacia lo multidisciplinario y al cruce de lenguajes, donde el deseo va más allá de lo que una técnica o una disciplina permite, apuntando continuamente a ampliar el proceso de construcción de las imágenes.
¿Estás donde querés estar, Juli?
Ay, esa pregunta. Me interesa mucho. Creo que muchos de mis trabajos surgen desde ahí. Creo que uno nunca pertenece cien por ciento a los lugares; porque aunque vuelvas al lugar de origen, ya no sos la misma persona, porque las cosas no significan lo mismo ahí y por otro lado, tampoco sos del lugar nuevo en el que estás. De alguna forma, estamos siempre en un intermedio. Creo que mucho de mi producción tiene que ver con esa sensación. Uno está donde quiere estar porque lo elige, pero a la vez, somos ese intermedio, ese tránsito.
Para mí, podés vivir en mil lugares, visitar mil ciudades y tener mil vivencias en distintos sitios, pero la Patagonia es la Patagonia. Hablemos de lo árido y de la influencia de ese paisaje en tu obra.
Como artista del Alto Valle y la Patagonia, me siento identificada con ese paisaje que me es propio, el del desierto. He nacido y me he criado en ese contexto árido y despojado. Hacer arte en esos lugares me ha llevado a habitarlos de otro modo, en un sentido más cercano y profundo. Las espinas, los cactus, la tierra seca y quebradiza, son parte de los escenarios que a veces se observan en mis trabajos. La relación con el agua también surge desde esa existencia y ese contraste. Me interesa la poética del desierto que se aleja de la idea de vacío, la que puede llevar al descubrimiento de un mundo extremo, sencillamente sutil y lleno de una vida nómade y silenciosa. También es un mundo que puede plagarse de fantasías misteriosas, que puede pensarse a partir de lo antepasado presente, de la prehistoria que vive bajo esa tierra, en sus huesos petrificados. Allí se despierta el sacrificio y la transformación que éste conlleva, como un sitio propicio para la introspección, un acercamiento a la soledad, un encuentro con seres esenciales.
La introspección en el paisaje. Me encanta.
Quizás por esa razón también incluyo mi cuerpo junto a imágenes del desierto o del río en mi trabajo, para comprender las propias vivencias a través de la producción, entendiendo la práctica artística como modo de generar lazos con un determinado lugar. Entonces ¿qué sucede cuando ese lugar es el propio pero está lejano? ¿El arte puede ser una manera para afrontar el desarraigo, como un ritual que permita una conexión con lo perdido? Es probable que sí. Quizás me ayude a mantener presente un registro emocional y sensible para afirmarme en un nuevo espacio, pero siempre manteniendo la mirada que fue conformada por esa relación primigenia. Así, confluyen en las imágenes el lugar de origen, los tránsitos, lo ajeno y lo fundante. Los registros fotográficos y de video pueden almacenarse como las imágenes de la memoria con un sentido mágico y evocativo. Me permiten reconocer un lugar de pertenencia, en relación a la procedencia, y a su vez, como el lugar que se visita desde la lejanía o la añoranza, haciendo visible el conocerse y desconocerse constante del desarraigo. Hecho que inevitablemente se hace eco en las creaciones que he emprendido.
En cuanto a tu nuevo libro, editado por ArtexArte, Fundación Alfonso y Luz Castillo, me llama mucho la atención que sea una recopilación de todas tus obras, a través de los años. ¿Cómo fue reencontrarte con todas esas “Julietas” para unificarlas en una publicación?
Yo siento que mi trabajo es una especie de espiral, porque los temas siempre se retoman, incluso las imágenes son similares entre sí, a lo largo de las series y los años, y se están referenciando constantemente.
Eso habla de muchísima coherencia.
Yo siento que eso es porque los temas que me interesan fueron siempre los mismos, que cambian, de alguna manera porque están atravesados por los diferentes momentos que voy viviendo, pero la esencia de las temáticas es siempre la misma.
¿Cómo fue el trabajo de edición del libro?
Fue muy interesante desde la mirada retrospectiva, poder compilar todas mis series de todos estos años, fue muy lindo. Disfruté mucho todas las etapas de creación del libro, desde la selección de las imágenes, el diseño gráfico, la confección de textos, la impresión. Y ahora viene la difusión y promoción.
. Una película: Zama, de Lucrecia Martel
. Una canción: Alma de diamante, de Luis Alberto Spinetta
. Un libro: Agua Viva, de Clarice Lispector
. Un color: El verde
. Un olor: El de la tierra seca cuando comienza a llover
. Una sensación: Lo inabarcable cuando se está en un paisaje muy abierto
. Una comida: Los frutos rojos
. Un/a artista inspirador: Mary Beth Edelson